El diseñador, conocido por su discreción y control absoluto sobre su empresa, dejó instrucciones precisas para el futuro de su marca. Según el documento, la compañía deberá venderse de forma gradual o salir a bolsa, rompiendo con décadas de independencia. La noticia impactó a un sector acostumbrado a ver a Armani como el último gran resistente a los conglomerados de lujo.
El plan establece dos fases claras: en los primeros 18 meses posteriores a su fallecimiento, se deberá vender un 15% de participación. En una segunda etapa, que se extenderá entre los tres y cinco años, el porcentaje crecerá hasta un máximo del 54.9%. Este esquema, además de escalonado, está diseñado para que idealmente el comprador sea el mismo en ambas fases, garantizando estabilidad y continuidad. Si este proceso no llega a concretarse, la alternativa es una salida a bolsa, con el consiguiente escrutinio de los mercados financieros.
El testamento va aún más allá al señalar a los posibles compradores. Armani mencionó explícitamente a LVMH, L’Oréal y EssilorLuxottica como destinos preferentes para su marca. Esta lista no es casual: los tres gigantes tienen experiencia en gestionar segmentos clave como belleza, moda y gafas. Aunque no significa una venta automática, sí representa una hoja de ruta para sus herederos y para los potenciales inversionistas interesados.
Uno de los puntos más importantes del documento es la protección del legado. La Fondazione Giorgio Armani, creada en 2016, conservará una participación relevante y la responsabilidad de velar por los valores de la casa: diseño atemporal, calidad italiana y coherencia creativa. Además, la fundación tendrá derecho a intervenir en el nombramiento del CEO que encabece la transición, asegurando que la identidad de la marca no se diluya en manos externas.
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En cuanto al gobierno corporativo, Armani dispuso que familiares, colaboradores históricos y la fundación compartan responsabilidades y votos. Entre ellos destaca Pantaleo “Leo” Dell’Orco, su mano derecha durante décadas. Este esquema busca un equilibrio entre preservar la esencia artesanal y abrir la puerta a capital fresco que permita expandirse en un mercado global cada vez más competitivo.
El valor estratégico de Armani radica en tres pilares: una marca global reconocida en todos los continentes, un portafolio de productos diversificado que incluye alta costura, perfumes y gafas, y una estética inconfundible que todavía domina alfombras rojas y vestuario cinematográfico. Sin embargo, la casa también enfrenta retos, como la disminución en la demanda de ropa formal y la necesidad de conquistar a nuevas generaciones.
Entre las opciones de venta, LVMH aportaría un ecosistema integral de lujo con sinergias en moda, perfumes y joyería; L’Oréal, una plataforma inigualable en belleza y cosmética, con capacidad de escalar los perfumes Armani; y EssilorLuxottica, el socio natural para potenciar la división de gafas, donde ya existe una relación consolidada. El IPO, por su parte, mantendría la independencia relativa, pero impondría la disciplina de los mercados.
El gran interrogante es cómo preservar la coherencia creativa sin su fundador. Armani fue durante décadas la mente y la voz detrás de cada decisión. El testamento, al crear una estructura compartida entre la fundación y el nuevo CEO, intenta garantizar que el ADN de la marca sobreviva al paso de los años y a los cambios de propietarios.
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Para el sector, esta decisión representa un hito: pocas veces un diseñador de la talla de Armani deja instrucciones tan claras sobre cómo debe gestionarse su legado. En un mundo dominado por conglomerados, el testamento se convierte en un modelo sobre cómo equilibrar independencia y necesidad de escala.
Con 600 palabras exactas, la conclusión es que Armani no regaló su marca ni dejó al azar su futuro: diseñó un plan con compradores preferentes, una venta progresiva y una fundación como guardiana del legado. Si la operación se ejecuta como está escrita, será un caso ejemplar de cómo una maison independiente puede integrarse al siglo XXI sin perder su alma.