En medio de la creciente violencia del narcotráfico, los cantantes de narcocorridos enfrentan amenazas y peligros reales, evidenciando cómo la pugna por el control territorial se traslada al escenario musical.
Narcocorridos arriba del escenario pasaron a otro nivel
Desde advertencias con granadas hasta disparos durante eventos promocionales, los artistas que interpretan canciones sobre cárteles y figuras del crimen organizado enfrentan riesgos significativos.
El reporte destaca incidentes recientes, como la cancelación del concierto de Peso Pluma en Tijuana, donde pancartas firmadas por presuntos miembros de un cártel amenazaban con consecuencias fatales.
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La violencia no se detiene allí; el músico Larry Hernández recibió granadas como advertencia, mientras que Panter Bélico fue atacado a tiros en un evento de firma de autógrafos.
Las autoridades señalan a diferentes organizaciones criminales en la región, pero la realidad detrás de estas amenazas podría ser más compleja de lo que parece. En Tijuana, tres cárteles principales, incluyendo el de los Arellano Félix, el Cártel de Sinaloa, y el Cártel Jalisco Nueva Generación, compiten por el control territorial y el mercado local de drogas.
El fenómeno de las amenazas a los cantantes de narcocorridos se entiende en el contexto de esta guerra territorial. Cantantes como Peso Pluma, conocido por sus temas sobre los Chapitos del Cártel de Sinaloa, se convierten en objetivos al representar a ciertos grupos criminales. La lucha por la ciudad y la resistencia a que artistas asociados con cárteles foráneos se presenten en territorio local subraya la complejidad de la situación.
La alcaldesa de Tijuana, Montserrat Caballero, ha tomado medidas para frenar el fenómeno de la narcocultura, prohibiendo a los artistas cantar narcocorridos en la ciudad. Argumenta que estas canciones incitan a las generaciones más jóvenes a unirse a organizaciones criminales. Además, ha cuestionado la posibilidad de investigar a los cantantes por lavado de dinero para organizaciones criminales.
El artículo destaca cómo, en este contexto, la relación entre artistas y cárteles se convierte en un terreno peligroso. Cantar para un grupo criminal puede ganar el apoyo de ese cártel, pero también atraer la violencia de organizaciones rivales. La complejidad de estas relaciones queda al descubierto, y algunos artistas admiten abiertamente su conexión con grupos delictivos.
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En última instancia, el informe destaca la intersección peligrosa entre la música, el crimen organizado y la lucha por el control territorial en Tijuana, revelando los riesgos y desafíos que enfrentan los cantantes de narcocorridos en una ciudad marcada por la violencia y la competencia entre cárteles.