Hablando de historia y otras cosas, ¿sabían ustedes que los antiguos mayas tenían un juego de niños llamado Pa’p’uul o “rompe el cántaro”, muy similar a la piñata?
Que tal, les saluda Lorena Careaga y hoy hablaremos de algunos antecedentes que pudieron dar lugar a esta mexicanísima tradición.
Sin duda, el origen de las piñatas se encuentra envuelto en la leyenda. Se dice que el famoso viajero veneciano, Marco Polo, describió una tradición china, que consistía en golpear con una vara la figura de una vaca, un buey o un búfalo, cubierta con papeles multicolores y motivos agrícolas, cuyo interior estaba repleto de semillas que caían a la tierra cuando la figura se rompía. Supuestamente, este ritual coincidía con el año nuevo chino y se llevaba a cabo para propiciar las buenas cosechas.
Pese a las distintas versiones sobre su origen, la piñata es reconocida internacionalmente como uno de los elementos más típicos de la cultura mexicana. Si bien por tradición adorna las celebraciones decembrinas y nunca falta en las posadas, también se rompen piñatas en las fiestas de cumpleaños.
El nacimiento de las piñatas coincide con el de las primeras posadas, celebradas en el convento agustino de Acolman desde 1586. Los frailes las utilizaban como una alegoría en sus afanes evangelizadores. La característica piñata en forma de estrella de siete puntas, representaba los siete pecados capitales, mientras que su brillante colorido simbolizaba la tentación. En el acto de romper la piñata, se apreciaba cómo la voluntad y la fe ciega – de ahí la venda en los ojos – triunfaban sobre el pecado, a la par que del cielo caían dulces recompensas, es decir, la fruta y golosinas guardadas en su interior.
Para recrear esta historia, Acolman celebra cada año la Feria de la Piñata, en la que se llevan a cabo bailes populares y concursos para premiar las piñatas más grandes y originales. En 2010, la piñata más grande del mundo, con la tradicional forma de estrella de siete picos, fue elaborada en Tepatitlán, Jalisco.