Durante décadas, el Aspergillus flavus ha sido considerado un enemigo invisible tanto de la agricultura como de la salud humana. Este hongo, conocido por sus esporas de color amarillento, ha sido temido por su capacidad para contaminar cultivos y producir toxinas peligrosas. Además, ha estado vinculado a diversas leyendas y teorías médicas debido a su aparición en contextos arqueológicos donde ocurrieron muertes misteriosas. Sin embargo, la ciencia ha dado un giro inesperado: un grupo de investigadores ha logrado transformar ciertas moléculas de este hongo en un compuesto con potencial terapéutico contra el cáncer, específicamente contra la leucemia.
El estudio, liderado por científicos de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, ha sido publicado en la revista Nature Chemical Biology. Gracias a su trabajo con células cancerosas humanas, los investigadores lograron modificar moléculas derivadas del A. flavus para convertirlas en poderosos agentes antitumorales. Según Sherry Gao, profesora de Bioingeniería y autora principal del estudio, este hallazgo amplía el abanico de posibilidades que ofrecen los productos naturales en la búsqueda de nuevos medicamentos. “Ya los hongos nos dieron la penicilina; ahora este descubrimiento demuestra que hay muchos otros compuestos por descubrir con valor terapéutico”, destacó.
Un microorganismo asociado a maldiciones… convertido en fuente de salud
El Aspergillus flavus ha estado históricamente rodeado de misterio y temor. En los años 20, tras la apertura de la tumba del faraón Tutankamón, varias muertes repentinas entre los arqueólogos alimentaron la leyenda de una “maldición”. Décadas después, especialistas médicos plantearon la posibilidad de que esporas latentes del hongo, presentes en la tumba desde tiempos antiguos, pudieran haber sido responsables de esas muertes, al provocar graves infecciones pulmonares.
Un caso similar ocurrió en los años 70 en Europa. Doce investigadores ingresaron a la tumba del rey Casimiro IV en Polonia; poco después, diez de ellos murieron. Posteriores análisis revelaron la presencia de A. flavus, confirmando su potencial letal. Ahora, ese mismo hongo que alguna vez se temió por su asociación con la muerte, se ha convertido en una fuente inesperada de esperanza médica.
RiPPs: una vía poco explorada en los hongos
El compuesto anticancerígeno descubierto pertenece a una familia conocida como péptidos sintetizados por ribosomas y modificados posteriormente, o RiPPs, por sus siglas en inglés. Estas moléculas son fabricadas por el ribosoma celular, la estructura responsable de generar proteínas, y luego son transformadas químicamente para adquirir nuevas propiedades, como en este caso, efectos antitumorales.
Aunque en bacterias ya se han identificado miles de estos RiPPs, su presencia en hongos ha sido mucho menos documentada. Para ampliar este conocimiento, el equipo científico examinó más de una docena de cepas del género Aspergillus. Al analizar su perfil químico y genético, detectaron que el A. flavus era un candidato prometedor, ya que presentaba señales compatibles con la presencia de estas moléculas complejas.
Un análisis más profundo permitió identificar una proteína específica del hongo como responsable de la producción de RiPPs. Cuando los investigadores inhabilitaron los genes que codifican esa proteína, desaparecieron también los marcadores químicos vinculados a estas moléculas, confirmando así su origen. Este enfoque, que combina datos genéticos y químicos, podría abrir el camino para encontrar otros RiPPs en hongos hasta ahora inexplorados.
Asperigimicinas: los compuestos que combaten la leucemia
Tras lograr aislar y purificar cuatro moléculas RiPP distintas, los científicos notaron que todas compartían una estructura peculiar: una serie de anillos entrelazados. A este conjunto de moléculas le dieron el nombre de asperigimicinas. El verdadero impacto del hallazgo vino cuando estas asperigimicinas fueron puestas a prueba frente a células humanas afectadas por cáncer.
Los resultados sorprendieron positivamente: dos de las cuatro variantes demostraron una actividad significativa contra células leucémicas. En uno de los casos, los investigadores añadieron a la molécula un lípido especial que también se encuentra en la jalea real que nutre a las abejas. Esta versión modificada mostró una eficacia comparable a la de fármacos consolidados como la citarabina y la daunorrubicina, ambos aprobados desde hace años para el tratamiento de leucemia.
Los experimentos revelaron que el mecanismo de acción de las asperigimicinas consiste en bloquear la formación de microtúbulos, estructuras esenciales para la división celular. Como explicó la profesora Gao, “las células cancerosas se dividen sin control, y estos compuestos actúan interfiriendo en ese proceso fundamental”.
Especificidad y futuro clínico
Uno de los aspectos más alentadores del hallazgo es la especificidad de las asperigimicinas. Durante los ensayos, los compuestos no mostraron efectos relevantes sobre células de cáncer de mama, hígado o pulmón, ni sobre bacterias o hongos. Esta selectividad podría ser clave para reducir efectos secundarios y aumentar la eficacia terapéutica en futuros tratamientos dirigidos.
Además, los investigadores identificaron grupos de genes similares en otros hongos, lo que indica que podrían existir más RiPPs ocultos esperando ser descubiertos y aplicados en la medicina. El próximo paso para el equipo será probar estas moléculas en modelos animales, con el objetivo de que en un futuro cercano se puedan realizar ensayos clínicos en humanos.
Así, el Aspergillus flavus, antaño vinculado con leyendas oscuras y enfermedades, podría transformarse en un aliado clave en la lucha contra uno de los padecimientos más agresivos del mundo: el cáncer.