Por Lorena Careaga
Hablando de historia y otras cosas, ¿sabían ustedes que, a pesar de habernos legado maravillosas imágenes de las antigüedades mayas, el artista inglés Frederick Catherwood sigue siendo una figura enigmática y poco estudiada, en contraste con John L. Stephens, su compañero de viaje?
Qué tal, les saluda Lorena Careaga y hoy hablaremos de algunas facetas desconocidas de la vida de este personaje serio, callado y modesto, así como de la misteriosa forma en la que falleció.
Catherwood tiene el mérito de haber capturado, gracias a sus dotes artísticas, el detalle de numerosos ejemplos arquitectónicos y sitios arqueológicos de Europa, Medio Oriente y América. Por desgracia, la mayor parte de su obra gráfica, pictórica y cartográfica sobre Roma, Jerusalén, Egipto y Grecia, se perdió en el fuego y lo que sobrevive es una fracción de las ilustraciones que realizó en el área maya.
Sólo en una de ellas tuvo a bien el artista representarse a sí mismo, como una figura lejana, de perfil y rasgos inciertos, sosteniendo una cinta métrica, frente a un edificio de Tulum. Mientras que la palabra de Stephens es avasalladora, la voz de “Mr. Catherwood” – como le llamaban hasta sus más íntimos amigos – sólo se percibe en la sutileza y el detalle de sus ilustraciones.
A raíz del descubrimiento del oro en California en 1849, y dando un giro algo extraño a su carrera, Catherwood se trasladó a San Francisco para abrir un almacén de artículos para los gambusinos. Unos años después, en 1854, viajaba de Liverpool a Nueva York como pasajero a bordo del buque Arctic. El 27 de septiembre, en condiciones de poca visibilidad, el Arctic colisionó con el vapor francés Vesta y se hundió con enorme pérdida de vidas. Misteriosamente, el nombre de Catherwood quedó fuera de las listas oficiales de víctimas durante semanas, hasta que un esfuerzo concertado de amigos y colegas logró la inclusión tardía de una sola frase en el New York Herald Tribune: “Mr Catherwood también falta”. Tenía 55 años.
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