Rodrigo Moya, el reconocido fotógrafo mexicano que documentó los movimientos sociales y la vida cotidiana de México y América Latina, falleció el 30 de julio de 2025 a los 90 años, dejando un legado que transformó la fotografía documental. Conocido por sus imágenes de la Revolución Cubana, el México rural y las luchas populares, Moya capturó la esencia de una región en transformación. Su muerte, aunque lamentada, también ha generado reflexiones sobre la relevancia de su obra en un mundo donde la fotografía digital ha cambiado la forma de narrar historias.
Nacido en 1934 en Medellín, Colombia, pero radicado en México desde su infancia, Moya comenzó su carrera en los años 50, trabajando para revistas como Impacto y Siempre!. Sus fotografías del México posrevolucionario, con imágenes de campesinos, obreros y paisajes urbanos, reflejaban la desigualdad y la esperanza de la época. Sin embargo, algunos críticos consideran que su enfoque romántico pudo haber idealizado la lucha social, un debate que persiste entre los estudiosos de su obra.
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Su cobertura de la Revolución Cubana en 1959, incluyendo retratos icónicos de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, lo posicionó como un testigo clave de la historia latinoamericana. Estas imágenes, tomadas con una cámara Rolleiflex, capturaron la intensidad de un momento de cambio, pero también fueron criticadas por algunos como propaganda, dado el contexto político. Moya siempre defendió su trabajo como un acto de compromiso humano, no ideológico, aunque su cercanía con figuras revolucionarias generó controversias.
Moya también destacó por su fotografía callejera, como la serie Vida y drama en México, que documentó la pobreza, la migración y las protestas estudiantiles de los años 60. Su capacidad para capturar emociones crudas, como el dolor de una madre en un velorio o la rebeldía de un joven manifestante, lo convirtió en un referente. Sin embargo, algunos señalan que su trabajo, al centrarse en lo dramático, pudo haber simplificado realidades complejas.
En los años 70, Moya abandonó el fotoperiodismo para dedicarse a la edición y la escritura, fundando la editorial La Máquina de Escribir. Esta transición sorprendió a muchos, pero reflejó su deseo de explorar nuevas formas de contar historias. Algunos críticos consideran que este cambio limitó su producción fotográfica, mientras que otros lo ven como una muestra de su versatilidad y compromiso con la cultura.
El archivo de Moya, que incluye más de 50,000 negativos, fue donado a la UNAM en 2010, asegurando su preservación. Exposiciones como Rodrigo Moya: México en el Museo del Palacio de Bellas Artes en 2015 revitalizaron su legado, pero algunos cuestionan si las instituciones han hecho lo suficiente para difundir su obra entre las nuevas generaciones, especialmente en un contexto donde la fotografía documental compite con el contenido efímero de redes sociales.
Su muerte ha generado homenajes de figuras como Graciela Iturbide y Pedro Valtierra, quienes lo describieron como un “maestro de la luz y la verdad”. Sin embargo, algunos analistas señalan que el reconocimiento a Moya llegó tarde, comparado con el de otros fotógrafos como Manuel Álvarez Bravo. Este retraso refleja, para algunos, la dificultad de México para valorar a sus artistas en vida.
La obra de Moya también abordó temas de género y desigualdad, con retratos de mujeres trabajadoras y comunidades indígenas que desafiaban estereotipos. Aunque estas imágenes fueron pioneras, algunos críticos feministas argumentan que su perspectiva masculina pudo haber influido en cómo se representaron estas historias, un punto que sigue siendo debatido en círculos académicos.
En sus últimos años, Moya se mantuvo activo, dando conferencias y revisando su archivo. Su libro Rodrigo Moya: Fotografía (2018) recopiló sus mejores trabajos, pero también mostró su preocupación por el futuro de la fotografía documental en la era digital. Algunos consideran que su crítica a la superficialidad de las redes sociales fue demasiado severa, mientras que otros la ven como un llamado a recuperar la narrativa profunda.
El fallecimiento de Rodrigo Moya marca el fin de una era para la fotografía mexicana, pero su obra sigue siendo un testimonio vivo de los cambios sociales de México y América Latina. Mientras el mundo del arte llora su pérdida, su legado invita a reflexionar sobre cómo las imágenes pueden seguir inspirando y cuestionando en un mundo cada vez más saturado de instantáneas.