Durante años circula la idea de que el calendario maya superaba en precisión al calendario gregoriano que usamos hoy. La realidad es más interesante (y matizada): como sistema astronómico, los mayas lograron constantes sorprendentemente exactas; como calendario civil (el Haab’ de 365 días, sin años bisiestos), su cuenta deriva respecto a las estaciones. Aquí te explico, con fuentes, dónde está la “magia” y dónde el mito.
Para empezar: los mayas no usaban un solo calendario. Su Haab’ era un ciclo “solar” de 365 días (18 meses de 20 días más el periodo de 5 días llamado Wayeb’), el Tzolk’in era ritual (260 días) y ambos se entretejían en la Rueda Calendárica de 52 Haab’ (18 980 días) para evitar ambigüedades de fecha. Aparte, el Cuenta Larga registraba días transcurridos desde una fecha de origen mítica, permitiendo fechar eventos en “tiempos largos”.
El Haab’ de 365 días no incluye bisiestos: por sí solo se atrasa respecto al año trópico (el ciclo de estaciones) casi un día cada cuatro años. De hecho, manuales académicos sobre tiempo y astronomía explican explícitamente que el Haab’ es “un poco más corto” que el año solar, por eso deriva si no se corrige ritualmente.
Entonces, ¿de dónde sale la fama de “más preciso”? De su astronomía. Diversos estudios y divulgaciones universitarias señalan que inscripciones mayas (citadas a menudo para Copán) y tradiciones de cálculo clásico estimaron el año solar en ~365.2420 días, extraordinariamente cercano al valor moderno (~365.2422). Es decir, su constante astronómica —no su calendario civil— fue finísima.
Comparemos con nuestro sistema: el calendario gregoriano promedia 365.2425 días (97 años bisiestos cada 400), regla diseñada en 1582 para mantener a raya el desfase con las estaciones. Es extraordinariamente bueno para uso civil (error de minutos por año), pero su promedio (365.2425) queda un pelo por encima del valor medio del año trópico actual (~365.24219).
Conclusión parcial: como medición astronómica, los mayas manejaron una cifra (365.2420) tan buena o mejor que la media gregoriana; como calendario civil, el gregoriano es superior porque incorpora una regla automática de corrección (bisiestos) que el Haab’ no tenía. Esa es la clave para entender el titular “más preciso”.
La sofisticación maya no se quedó en el Sol. El Códice de Dresde conserva la famosa Tabla de Venus, con observaciones y ajustes para corregir pequeñas discrepancias a lo largo de décadas, algo que investigaciones recientes han revalorado como innovación matemática y de observación de primer orden.
También dominaron ciclos menos conocidos: el conteo de 819 días, cuya lógica planetaria fue explicada en estudios actuales de Ancient Mesoamerica; y las “fórmulas lunares” clásicas (como la de Palenque) que fijan relaciones de lunaciones con gran exactitud numérica. Todo esto muestra una cultura que medía el cielo con persistencia intergeneracional.
En la práctica cotidiana, los mayas amarraban fechas combinando Tzolk’in + Haab’ (Rueda Calendárica) y, cuando hacía falta precisión absoluta, acudían a la Cuenta Larga —que parte, según la correlación más aceptada (GMT), del 11 de agosto de 3114 a. C. en el calendario proléptico gregoriano—. Ese sistema evita ambigüedades a escalas de siglos y milenios.
De cara a la pregunta original —“¿más preciso que el calendario que usamos hoy?”— conviene separar métrica de uso. Nuestro calendario fue pensado para administrar la vida civil (fiestas, agricultura, impuestos) manteniendo la fecha de equinoccios estable mediante reglas fijas; el maya, para codificar ritmos rituales y astronómicos, apoyado en tablas correctivas y cuentas largas. En precisión observacional los mayas deslumbraron; en precisión civil automatizada, gana el gregoriano.
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Otro matiz importante: la medición del año trópico no es un número “eterno”; varía sutilmente por causas astronómicas (precesión, excentricidad orbital). Por eso toda comparación “más/menos preciso” debe decir a qué época y con qué finalidad. Los diseñadores del gregoriano aceptaron un promedio funcional; los mayas, al trabajar con tablas y observación continua, afinaban correcciones en el tiempo.
Aun así, el asombro está bien ganado. Que una civilización sin telescopios ni relojes atómicos haya estimado constantes solares y planetarias con una exactitud que hoy admiramos, y que además tejiera un sistema de cuentas que interconecta ritual, historia y astronomía, explica por qué el calendario maya fascina a especialistas y público por igual.
En resumen: si buscas exactitud astronómica, los números mayas (365.2420 para el año solar, tablas de Venus con correcciones) compiten de tú a tú con promedios modernos; si buscas un calendario civil que se mantenga pegado a las estaciones sin vigilar el cielo, el gregoriano sigue siendo la herramienta correcta. “Más preciso”, sí… dependiendo de qué llames precisión y para qué lo necesitas.