Durante el año 2024, Japón registró un nivel de natalidad nunca antes visto desde que se recopilan datos estadísticos —por primera vez cayó por debajo de los 700 000 nacimientos anuales, ubicándose en 686 061 bebés nacidos dentro de la población japonesa, lo que representa una disminución de 41 227 unidades en comparación con 2023.
Este descenso no es un hecho aislado. Desde hace casi diez años, la cifra de nacimientos ha ido disminuyendo progresivamente. En paralelo, las defunciones aumentaron significativamente, sumando un total de 1 605 298 fallecimientos, es decir, 29 282 más que en el año anterior. El resultado, el descenso demográfico más pronunciado en la historia del país: 919 237 personas menos que en el periodo anterior.
En respuesta a esta crisis, el primer ministro Shigeru Ishiba calificó la situación como una “emergencia silenciosa” y anunció diversas iniciativas enfocadas en apoyar a las familias. Entre estas propuestas destacan horarios laborales más flexibles y opciones como trabajo remoto, jornadas reducidas o escalonadas, así como la opción de que los padres de niños menores de 3 años puedan desempeñar sus labores desde casa.
Las cifras del Ministerio de Salud apuntan además a una tasa de fertilidad total de apenas 1.15 hijos por mujer, muy por debajo del nivel necesario para mantener estable la población, que se estima alrededor de 2.1.
Las causas detrás de este fenómeno son conocidas entre las familias niponas. Según encuestas realizadas por el Instituto Nacional de Estudios de Población, el 80 % de las parejas encuestadas consideran el alto costo de la educación y el cuidado infantil como el principal obstáculo para tener más hijos. En segundo lugar, citan la falta de espacio habitable adecuado.
Este problema demográfico se agrava debido al marcado envejecimiento de la población: Japón cuenta con la segunda población más anciana del mundo, solo por detrás de Mónaco. Esto ya se traduce en múltiples pequeñas localidades donde más de la mitad de los residentes son mayores de 65 años. Además, la caída en las nuevas generaciones afecta directamente al mercado laboral, creando escasez de trabajadores ante unas leyes migratorias estrictas.
Para afrontar estos desafíos, el gobierno japonés ha implementado diversas reformas laborales: las empresas deben ofrecer, al menos, dos modalidades de trabajo a los padres de niños en edad preescolar (a partir de los 3 años): teletrabajo, horarios compactos o escalonados. Adicionalmente, quienes tienen hijos menores de 3 años pueden trabajar desde su hogar
Paradojalmente, Japón, nación tecnológica y próspera, enfrenta uno de los desequilibrios demográficos más profundos del planeta. La combinación de una tasa de natalidad históricamente baja, un envejecimiento masivo y un sistema laboral rígido ha convertido el declive poblacional en una emergencia nacional.
El futuro demográfico del país depende de la efectividad de estas medidas gubernamentales para apoyar familias, mejorar la conciliación laboral y facilitar mejores viviendas. Lo que sucede en Japón sirve de advertencia para muchas otras naciones que comienzan a enfrentar retos similares, mientras reflexionan sobre la mejor manera de equilibrar el avance económico con la sustentabilidad social.