En la actualidad, el debate sobre si es mejor escribir a mano o teclear en dispositivos digitales ha dejado de ser una cuestión meramente práctica o de preferencia personal. Ahora, esta elección se ha vuelto un tema relevante dentro del campo de la neurociencia, ya que cada forma de escritura activa diferentes mecanismos en el cerebro y tiene consecuencias distintas sobre el aprendizaje y la memoria. En una era dominada por la tecnología, donde el uso de pantallas y teclados es constante desde edades tempranas, la pregunta sobre los efectos de reemplazar la escritura manual por la mecanografía ha cobrado una nueva dimensión.
Un estudio pionero llevado a cabo en 2012 por las investigadoras Karin H. James y Laura Engelhardt, afiliadas a las universidades de Indiana y Columbia, examinó cómo distintas formas de interactuar con letras y formas afectaban la activación cerebral en niños pequeños que aún no sabían leer. En el experimento, a estos niños se les pidió que escribieran letras con sus manos, que las teclearan o que simplemente las trazaran. Posteriormente, se les realizaron resonancias magnéticas funcionales mientras observaban imágenes relacionadas con estas letras.
Los resultados fueron reveladores: sólo aquellos niños que habían escrito las letras a mano activaron una red cerebral conocida como “circuito de lectura”, asociada con el desarrollo exitoso de la lectura. En cambio, los que sólo teclearon o trazaron las letras no mostraron dicha activación. Este hallazgo sugiere que escribir con la mano desempeña un papel crucial en el proceso de adquisición de habilidades lectoras en la infancia, y que esta actividad puede preparar mejor al cerebro para interpretar y comprender el lenguaje escrito.
Una segunda investigación, realizada en Noruega y publicada en Frontiers in Psychology, refuerza esta conclusión desde una perspectiva diferente. El estudio, liderado por científicos del Laboratorio de Neurociencia del Desarrollo de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, consistió en observar la actividad eléctrica cerebral de 36 estudiantes universitarios mientras escribían a mano con un bolígrafo digital o tecleaban palabras presentadas visualmente. El análisis, realizado mediante electroencefalogramas, reveló que la escritura manual genera patrones de conectividad cerebral mucho más complejos y dinámicos que la mecanografía.
Estos patrones cerebrales son fundamentales para formar recuerdos, consolidar aprendizajes y procesar información nueva, tal como señalan los investigadores F. R. Ruud Van der Weel y Audrey L. H. Van der Meer. Según ellos, el movimiento preciso de la mano al escribir, combinado con el estímulo visual del texto, genera un flujo de información que fortalece las conexiones neuronales clave para el aprendizaje efectivo. Por este motivo, proponen que desde edades tempranas se fomente la escritura manual en contextos educativos, para asegurar un desarrollo cognitivo óptimo.
No obstante, los científicos también reconocen que los avances tecnológicos no deben ignorarse. Por ello, recomiendan que tanto docentes como estudiantes comprendan qué herramientas son más adecuadas para cada tarea. Por ejemplo, podría ser más beneficioso escribir a mano durante la toma de apuntes o la redacción creativa, mientras que otras actividades podrían adaptarse mejor al formato digital.
La lectura: ¿en papel o en pantalla?
El debate sobre los efectos del formato digital no se limita a la escritura. También se extiende al terreno de la lectura. Una revisión de múltiples estudios, realizada entre los años 2000 y 2017 por académicos de la Universidad de Valencia y del Instituto de Tecnología de Israel, encontró que leer en papel ofrece ventajas claras frente a hacerlo en pantallas. Esta revisión fue publicada en la revista Educational Research Review en 2018.
Aunque los autores reconocen que evitar completamente los dispositivos digitales no es una opción realista, advierten sobre las consecuencias de ignorar las pruebas científicas que indican que la lectura en pantalla puede reducir la comprensión lectora. De hecho, sostienen que si las políticas educativas no toman en cuenta estos datos, podrían limitar el desarrollo de habilidades lectoras en los estudiantes.
En este sentido, los investigadores proponen identificar y aplicar condiciones que igualen la eficacia de ambos formatos cuando sea posible. Su objetivo es que tanto los diseñadores de contenidos digitales como los responsables políticos puedan crear estrategias informadas para fomentar la lectura de forma efectiva en diversos entornos.
El neurofisiólogo Javier Albares también se ha pronunciado sobre este tema en su libro Generación Zombi, donde examina el impacto de las pantallas en los hábitos de lectura. Según él, los dispositivos digitales —incluso aquellos diseñados específicamente para leer, como los e-books— tienden a dispersar la atención del lector debido a la presencia de botones u otras distracciones visuales. Esto puede dificultar la concentración profunda y el recuerdo del contenido leído.
Albares sostiene que los libros impresos no sólo permiten una mejor comprensión, sino que también generan una experiencia sensorial que favorece el aprendizaje y la retención de información. Esta diferencia ha sido descrita por los expertos como “la inferioridad de la pantalla”: a medida que las personas leen más en formatos digitales, disminuye su capacidad para disfrutar y comprender textos impresos, lo que puede reducir su interés general por la lectura.
En el caso de los niños en etapa escolar, esta brecha puede ser aún más significativa. De acuerdo con Albares, la pérdida en comprensión lectora derivada del uso exclusivo de pantallas puede equivaler a una reducción de dos tercios del progreso que se espera en un año escolar.
Finalmente, sobre la importancia de la lectura a cualquier edad, el neurólogo Guillermo García Ribas —miembro de la Sociedad Española de Neurología— destaca que leer es una actividad que no solo mejora el vocabulario o la gramática, sino que también estimula la imaginación, la creatividad y la capacidad de interpretar el mundo que nos rodea. Según él, entender lo que se lee implica una interacción activa con la historia y los personajes, lo cual convierte a la lectura en una experiencia mucho más rica y transformadora que una simple decodificación de palabras.
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