Durante el reciente cónclave en el Vaticano, destinado a elegir al sucesor del Papa Francisco, se vivió una situación curiosa protagonizada por un cardenal extranjero. Este purpurado, al alojarse en la Casa Santa Marta, consumió todos los productos del minibar de su habitación bajo la creencia de que eran cortesía del establecimiento.
La Casa Santa Marta, oficialmente conocida como Domus Sanctae Marthae, es una residencia ubicada a pocos metros de la Basílica de San Pedro. Este edificio de cinco plantas cuenta con 105 suites de dos estancias y 26 habitaciones individuales, además de salones, un comedor con autoservicio y una amplia capilla. Durante el cónclave, los cardenales se alojan allí en un ambiente de aislamiento total, conforme a la normativa vaticana establecida en la Constitución Apostólica “Universi Dominici Gregis”.
El arzobispo emérito Anselmo Guido Pecorar, de 79 años, relató al medio italiano Corriere della Sera que su colega, cuyo nombre prefirió no revelar, invitó a algunos cardenales a su habitación para charlar tras la cena. Durante la reunión, consumieron rápidamente todos los licores en miniatura del minibar. El cardenal anfitrión pensó que estos productos eran gratuitos, por lo que se sorprendió al encontrar los cargos correspondientes en su cuenta al finalizar su estancia.
Este incidente resalta la importancia de la comunicación clara sobre los servicios ofrecidos en alojamientos, incluso en entornos tan formales como el Vaticano. Además, pone de manifiesto las diferencias culturales y las expectativas que pueden surgir en contextos internacionales.
Durante el cónclave, los cardenales participantes son trasladados diariamente desde la Casa Santa Marta hasta la Capilla Sixtina para las votaciones. Este traslado se realiza en autobuses dispuestos para tal fin, aunque algunos optan por caminar, bordeando la Basílica de San Pedro y pasando por lugares emblemáticos como la Iglesia de San Esteban de los Abisinios y la Vía delle Fondamenta, hasta llegar al Arco de San Dámaso.
La anécdota del minibar, aunque anecdótica, añade un toque humano y cotidiano a un proceso tan solemne como la elección de un nuevo pontífice, recordando que incluso en los entornos más formales, pueden surgir situaciones inesperadas y hasta humorísticas.
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