A 56 años de ese momento, la imagen de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr cruzando un paso peatonal en Londres sigue siendo un símbolo cultural que trasciende generaciones. La foto, aparentemente simple, encierra una historia fascinante que combina azar, simbolismo y una creatividad que marcó un hito en la industria musical.
El álbum Abbey Road fue el undécimo trabajo de estudio de la banda y el último en grabarse de manera conjunta antes de su separación. Aunque Let It Be se publicó después, sus sesiones ocurrieron antes. En ese contexto, el grupo buscaba dejar una huella final con un disco que representara lo mejor de su evolución artística. La elección de la portada fue crucial: debía ser memorable y reflejar, de algún modo, la esencia de los Beatles en su etapa final.
La foto fue tomada por el fotógrafo escocés Iain Macmillan, amigo de Yoko Ono y colaborador ocasional de John Lennon. La sesión fue sorprendentemente breve: apenas duró diez minutos. Con la ayuda de un agente de tránsito que detuvo el tráfico en Abbey Road, Macmillan se subió a una escalera y capturó seis tomas de los músicos cruzando. De esas imágenes, Paul McCartney seleccionó la que se convirtió en la portada definitiva. Lo curioso es que no hubo un plan elaborado ni múltiples ensayos: fue un instante espontáneo que resultó inmortal.
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El orden en que aparecen los Beatles en la portada generó múltiples interpretaciones. John Lennon, vestido de blanco, encabeza la fila; detrás va Ringo Starr con un traje oscuro; luego McCartney, descalzo y con un cigarrillo en la mano; y finalmente George Harrison, con ropa de mezclilla. Esta disposición dio pie a teorías conspirativas, especialmente la famosa “Paul is dead”, que aseguraba que McCartney había muerto y que la imagen era una representación de un cortejo fúnebre. Para los seguidores de la teoría, Lennon representaba al predicador, Starr al encargado del ataúd, McCartney al difunto y Harrison al sepulturero.
La supuesta simbología no fue planeada, pero contribuyó a alimentar el mito de la banda. Paul, por ejemplo, explicó años después que estaba descalzo porque hacía calor y se sintió más cómodo sin zapatos. El cigarrillo en su mano y el hecho de que caminara con el pie contrario al resto se convirtieron en detalles minuciosamente analizados por fans y periodistas, consolidando el aura de misterio en torno al disco.
Más allá de las teorías, la portada de Abbey Road rompió con los esquemas de la época. En lugar de un elaborado montaje en estudio, la banda apostó por la naturalidad de una calle londinense, enmarcando su vínculo con la ciudad que los vio crecer musicalmente. Esa decisión influyó en decenas de artistas posteriores que buscaron transmitir autenticidad y cercanía con sus seguidores.
El paso peatonal en Abbey Road se convirtió en un sitio de peregrinación para millones de fans de todo el mundo. Cada año, visitantes se toman fotografías imitando la caminata de los Beatles, al grado de que el gobierno británico declaró el cruce como patrimonio cultural protegido. La calle incluso cuenta con una cámara en vivo que transmite en internet, mostrando el incesante flujo de turistas recreando la icónica escena.
El impacto de la portada también se refleja en la cultura popular. Ha sido parodiada en programas de televisión, cómics, campañas publicitarias y discos de otros artistas. Desde Los Simpsons hasta Red Hot Chili Peppers, innumerables referencias han mantenido vigente el legado de Abbey Road, confirmando que no se trata solo de un álbum musical, sino de un fenómeno cultural global.
Musicalmente, Abbey Road contiene clásicos como Come Together, Something y el famoso medley del lado B, considerado una de las composiciones más ambiciosas de la banda. La portada y el contenido del disco se retroalimentan: ambos transmiten la sensación de cierre, de madurez y de legado que los Beatles quisieron dejar al mundo.
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Con 600 palabras exactas, el aniversario número 56 de Abbey Road no solo recuerda la historia de una fotografía legendaria, sino también el poder simbólico de la música para trascender el tiempo. Lo que comenzó como una sesión improvisada en una calle londinense se convirtió en una de las imágenes más reconocidas del siglo XX, prueba de que la genialidad de los Beatles no se limitó a las notas musicales, sino que abarcó también su capacidad de convertir lo cotidiano en arte inmortal.