Nada se compara con un séptimo juego de campeonato en las Grandes Ligas. Cuando llega el momento de un Juego 7 —y más aún en una final como la que protagonizan Los Angeles Dodgers y Toronto Blue Jays— todo lo que sabes del béisbol se pone en suspenso, se intensifica, se transforma. Este partido es un verdadero espectáculo de estrategia, emoción al límite y posibilidades que se despliegan sin advertencia.
En el estadio —en este caso el Rogers Centre— la tensión salta a cada lanzamiento, a cada jugada, como si fuera la conclusión inevitable de una historia que lleva meses construyéndose. Las reglas físicas siguen ahí —el montículo a 60 pies y 6 pulgadas, el plato de 17 pulgadas, la pelota de 5 ¼ onzas—, pero en el Juego 7 esas convenciones dejan de definirse por lo ordinario. Aquí, ningún rol se mantiene intacto: puede que el noveno bateador, que un emergente o que alguien inesperado sea el héroe. Todo —estrategia, decisión, riesgo— toma un matiz distinto.
Comparado con otras disciplinas deportivas, el Juego 7 del béisbol es único. En la NBA, por ejemplo, aunque haya un séptimo duelo, la esencia del juego cambia poco: las estrellas siguen siendo las mismas, la estructura no varía. En la NHL, ocurre algo parecido. Pero en las Grandes Ligas, ese séptimo juego remueve el tablero por completo. Como comentó el mánager de los Dodgers, Dave Roberts, “el béisbol es diferente” cuando se trata de un Juego 7.
Roberts sabe lo que implica este escenario: dirigió aquel Juego 7 de la Serie Mundial del 2017 contra los Houston Astros, y recordará que su equipo empezó perdiendo 2-0 tras apenas 11 lanzamientos. Lo que parecía accesible se volvió cuesta arriba, y aunque tenían la historia de su lado, ésta se escabulló. Esta vez, se presenta una nueva ocasión: los Dodgers confían en que Shohei Ohtani abra con solo tres días de descanso, algo sin precedentes en su carrera. ¿Cómo responderá su brazo? Esa es la gran incógnita.
En este Juego 7 el mánager debe actuar con audacia, ser proactivo sin caer en la imprudencia. “Hay que ser proactivo, pero no demasiado agresivo”, dijo Roberts. Y es que cualquier decisión —un cambio de lanzador, un emergente, mantener un pitcher que ha rendido— puede definir el destino del campeonato.
Del otro lado, los Blue Jays —con John Schneider al mando— también han experimentado la tensión de jugarse todo en un solo partido. Hace unos días enfrentaron un momento similar en su serie de campeonato de liga, una muestra de que este juego “a vida o muerte” está cargado de presión. Han recorrido ocho días de beisbol intenso, con entradas épicas —como la de nueve carreras del primer juego o el de 18 entradas del tercer duelo— que pueden marcar la memoria colectiva.
«Aquí es donde nacen las leyendas… y también donde pueden surgir las dudas», expresó Schneider. Él quiere que sean aquellas primeras, no las segundas. Por eso pide a sus jugadores estar preparados, colocados en posición de brillar. Y reconoce, al mismo tiempo, lo irracional que puede ser que todo se decida en un solo juego cuando ha sido una temporada tan larga.
En la historia de los Juegos 7 han sucedido momentos imborrables: jonrones inesperados, errores fatales en los momentos clave, relevos heroicos, equipos que rompieron sequías centenarias… Todo se alinea para que, más que un simple partido, sea un gran espectáculo. Como resumió Roberts: “Es un caos. Un caos hermoso, glorioso e insuperable.”
Así que ahora que el Juego 7 ha llegado, la invitación es clara: disfrútenlo. Porque en ese momento, en ese duelo final, el deporte —el béisbol en su máxima expresión— se convierte en algo insustituible.



