El año pasado llegaron a la Antártida 32.730 turistas en crucero según cifras de la IAATO (Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida).
¿Se les viene algo a la mente cuando les menciono esa cifra? ¿Hicieron alguna correlación en su cabeza?
Si no, no se preocupen que acá viene la historia.
Desde los años 90s el turismo en la Antártida ha venido incrementando notoriamente y con este, los impactos en el ecosistema.
Turistas interactuando con pingüinos y demás especies nativas; desechos encontrados en las costas, residuos de los combustibles de los cruceros en las aguas y así sucesivamente.
La importancia que tiene este ecosistema para el resto del Planeta es invaluable e incalculable; recordemos que el hielo que allí se posa ayuda como reflector y retractor de los rayos solares, controla los niveles del mar, soporta una gran cantidad de fauna que es fundamental en la cadena alimenticia de otras especies, y por supuesto, es un gran centro de investigación para muchos científicos.
Es por esto que el incremento de visitas turísticas sí está generando con hechos demostrables, afectaciones y alteraciones directas al entorno.
No les miento, entre más leía e investigaba sobre el tema, más aterrada quedaba.
Especies invasoras introducidas, deshielo relacionado directamente con los altos niveles de turismo en el 2016 (medido en 75 toneladas), especies perturbadas por las visitas, carbono encontrado en el hielo, ¿seguimos?
A pesar de que el turismo como en cualquier rincón del Planeta promueva la economía local y la visibilidad de comunidades, el impacto ambiental se postra al otro lado de la balanza para llevar la situación a otro nivel de discusión.
¿Qué pesa más, el desarrollo local o la protección ambiental?, ¿Pueden los dos coexistir y no competir?
Por otra parte, está el ámbito de la regulación turística que involucra a pocos actores como la IAATO, pero que realmente está demandando el involucramiento de más entes de control y una mayor rigurosidad en la aplicación de los tratados internacionales que identifican ese territorio como de conservación.
El sistema de Tratados del Antártico (ATS en inglés), al parecer sí logra regular la actividad en territorios con temperaturas por debajo de los 60 grados Celsius con lineamientos de la IAATO, sin embargo, es una industria que se autorregula actualmente en gran medida y ese es el problema.
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Muchos intereses de por medios que se entrecruzan y que probamente no están permitiendo generar medidas más fuertes que eviten una catástrofe ambiental futura.
Viajar a la Antártida no es barato ni mucho menos, pero con todo y eso, hay cientos de turistas año a año que también emiten una gran cantidad de C02 en el desplazamiento que se requiere para llegar hasta ese distancia lejana.
El territorio necesita políticas que vayan mucho más allá y realmente analicen cómo el turismo está afectando y qué medidas se van a implementar desde ya con “mano dura”.
El debate es muy amplio, pero sí quisiera saber ustedes qué piensan al respecto porque la situación es bastante delicada.
Creo que al ser un ecosistema tan frágil y del cual dependemos a escala global, no debería permitirse tal grado de turismo e intervención humana. Está muy bien contemplar y admirar porque así sabemos la dimensión de lo que hay que cuidar. No obstante, ¿podremos hacerlo a la distancia con el mismo grado de sensibilidad e involucramiento?¿Podemos proteger lo que no conocemos? Donde está el ser humano presente ¿se minimiza a la naturaleza?
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Con información de Blogs El Tiempo