El 27 de noviembre de 1967, el segundo número de la revista Rolling Stone llegó a los quioscos con un retrato de Tina Turner en la portada: una foto en blanco y negro, a punto de cumplir 28 años esa misma semana y fotografiada en escorzo, ya era inconfundible.
La mujer de aquella portada sólo podría ser Tina Turner con su gesto extático en la boca, con su vestido corto y con sus músculos en tensión.
Esa imagen de la mujer que nació con el nombre de Anna Mae Bullock nos ha acompañado durante los siguientes 56 años.
Turner era la mujer desafiante, libre, pero también en parte irónica y bien humorada.
La segunda vez que Rolling Stone fotografió a Tina Turner en su portada, en 1969, la cantante posó con un gesto que podría ser el de una tía joven que juega a ser un tigre con sus sobrinos o la de una amante que ha tomado la iniciativa en el cortejo.
Tina Turner era la única mujer en el mundo que podría dar una imagen así de ambigua e irresistible.
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Es verdad que Diana Ross asomaba la cabeza en 1967 como una versión moderna y estetizada de Josephine Baker, pero estaba lejos de darle a su imagen el mismo significado de desafío que tenía Turner,
Tina Turner era lo contrario a la buena chica negra, dócil y conformista, que iba a misa, pero tampoco se parecía a las militantes asexuadas que acompañaban a Malcolm X.
La cantante articuló ese mensaje no solo con su lenguaje corporal; también lo hizo a través de la moda: minifaldas de brillantina, vestidos lenceros, bikinis de ganchillo, pelucas, botas, creaciones de Azzedine Alaïa…
A Alaïa, diseñador tunecino y descubridor de Naomi Campbell, se le considera el mejor socio que tuvo Tina Turner en la construcción de su imagen. Juntos tomaron el tema de la diva desgarrada y le dieron la textura de los paños de oro y el volumen de una cariátide griega.
Su imagen valió tanto para hacer de diva distópica en Mad Max como para fotografiarse con Madonna y Courtney Love en otra portada de Rolling Stone. Beyoncé Knowles sería inimaginable sin Tina Turner.
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Con información de El Mundo Es