Hablando de historia y otras cosas, ¿sabían ustedes cómo se definía a sí misma una de las mujeres más inteligentes, prolíficas, multidisciplinarias y de sabiduría enciclopédica de la historia?
Que tal, les saluda Lorena Careaga y hoy hablaremos de Hildegard von Bingen, la líder monástica, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana nacida en 1098, quien, no sin ironía, se definía a si misma como “una pobre mujercita”.
Fue parte de un grupo conocido como Las Beguinas, que escribieron acerca de sus visiones y su experiencia directa de la revelación divina. Era la única forma de legitimar sus escritos y dar rienda suelta a su creatividad en un mundo medieval en el que la participación de las mujeres estaba seriamente limitada. No tenían derecho a la educación ni a la enseñanza, tampoco podían avanzar dentro de la jerarquía eclesiástica y sobre todo, no debían poner en tela de juicio la idea de que, como mujeres, estaban lejos de ser inteligentes. Optaron, entonces, por defender una religiosidad sin intermediarios y afirmar su contacto directo con Dios, cosa que la Iglesia, en principio, no podía impedir.
Hildegard ingresó desde muy joven en un convento benedictino, donde aprendió latín, griego, liturgia, música, oración, ciencias naturales y la disciplina del ascetismo. A los 38 años asumió el liderazgo del convento. Escribió nueve libros, incluyendo un tratado sobre las causas de las enfermedades y sus síntomas, con una perspectiva integral para su prevención y curación. Conocida como la Sibila del Rhin, compuso numerosos cantos gregorianos y una innovadora ópera, que se considera transformó el lenguaje y las normas de la música medieval.
Aunque un comité de teólogos papales legitimó su obra, Hildegard desafió a la Iglesia denunciando su corrupción y atacando algunos de sus dogmas. Debido a un acto considerado subversivo – darle sepultura cristiana en su convento a un joven revolucionario excomulgado – se le prohibió componer música. Pero tras recibir una carta de enérgica protesta y prácticamente de amonestación por parte de esta “pobre mujercita”, las autoridades eclesiásticas no tuvieron más remedio que levantarle el castigo. Hildegard von Bingen murió en su convento a los 90 años de edad.
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