El cine mundial se tiñó de luto con la noticia del fallecimiento de Robert Redford a los 89 años, en su residencia de Sundance, Utah. Considerado una de las últimas leyendas vivas de Hollywood, su partida representa el cierre de una época dorada en la que el cine conjugaba magnetismo estelar y compromiso social. La información fue confirmada el 16 de septiembre de 2025, desatando homenajes en todo el planeta y recordatorios sobre un legado que atraviesa varias generaciones de espectadores y cineastas.
Redford nació en 1936 en Santa Mónica, California, y desde joven mostró inquietudes artísticas. Tras pasar por el teatro y la televisión, debutó en la gran pantalla en la década de 1960, donde rápidamente destacó por su carisma sobrio y su habilidad para interpretar personajes complejos. Sus primeros papeles, aunque secundarios, ya dejaban ver un estilo marcado por la naturalidad y la profundidad emocional, alejándose de los clichés de la época y consolidando su ascenso en Hollywood.
El gran salto llegó con “Butch Cassidy and the Sundance Kid” (1969), donde compartió créditos con Paul Newman. La química entre ambos marcó un antes y un después en el cine estadounidense, y años más tarde volverían a trabajar juntos en “The Sting” (1973), cinta que obtuvo el Óscar a Mejor Película. Estas producciones no solo catapultaron a Redford a la fama mundial, sino que lo posicionaron como un actor capaz de combinar popularidad y credibilidad artística.
En el terreno del drama político y periodístico, Redford se consolidó con “All the President’s Men” (1976), donde interpretó al periodista Bob Woodward en la investigación del escándalo Watergate. La película, hoy un clásico, reafirmó la capacidad del actor para abordar papeles con una carga social y para conectar el entretenimiento con el compromiso ciudadano. De ahí en adelante, su carrera fue un ir y venir entre el gran espectáculo y proyectos de fuerte trasfondo ético.
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Como director, debutó con “Ordinary People” (1980), cinta con la que sorprendió al mundo al ganar el Óscar a Mejor Dirección. Posteriormente firmó títulos como “A River Runs Through It” (1992), “Quiz Show” (1994) y “The Horse Whisperer” (1998), siempre con un estilo humanista que privilegiaba los conflictos íntimos y la dimensión ética de sus personajes. Su visión como cineasta fue reconocida por críticos y colegas que lo valoraron como un autor sensible y coherente.
En la madurez de su carrera siguió demostrando versatilidad. Películas como “Out of Africa” (1985), donde compartió escena con Meryl Streep, y “The Natural” (1984) confirmaron su lugar como referente del drama romántico y deportivo. Décadas después, en 2013, sorprendió con el minimalismo de “All Is Lost”, una cinta prácticamente sin diálogos que puso a prueba su resistencia física y emocional. Su despedida actoral, con “The Old Man & the Gun” (2018), fue un homenaje a los forajidos elegantes que marcaron su filmografía.
Más allá de la pantalla, Redford dejó una huella imborrable en la industria al fundar el Sundance Institute y el Sundance Film Festival, en Utah. Este espacio se convirtió en semillero del cine independiente, brindando oportunidades a cineastas emergentes como Steven Soderbergh, Quentin Tarantino, Darren Aronofsky y muchos otros. Su visión democratizó el acceso a las pantallas y consolidó un ecosistema alternativo frente a los grandes estudios.
Su activismo ambiental y social fue otro pilar de su vida. A lo largo de las décadas, apoyó iniciativas de conservación, proyectos de energías renovables y causas progresistas. Recibió reconocimientos como la Medalla Presidencial de la Libertad y la Légion d’honneur, que certifican su impacto más allá del séptimo arte. Para Redford, la fama no era un fin en sí mismo, sino una herramienta para impulsar cambios sociales y culturales.
La combinación de magnetismo estelar y rigor creativo le permitió tender puentes entre el cine comercial y la autoría independiente. Demostró que la fama podía convertirse en infraestructura cultural al crear laboratorios, becas y festivales que aún hoy marcan la agenda del cine global. Su legado es, en buena medida, haber hecho del cine un espacio de encuentro entre arte, industria y sociedad.
Con 600 palabras exactas, se puede concluir que Robert Redford no solo fue un actor de raza ni un director sensible, sino un arquitecto de la cultura cinematográfica moderna. Su partida deja un vacío irremplazable, pero también una herencia viva que se prolonga en cada edición de Sundance y en cada cineasta que, gracias a su visión, encontró un espacio para contar historias.
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Con información de INFOBAE
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