En el corazón de Murcia se está dando forma a una innovación que podría transformar nuestro futuro: bacterias especialmente “entrenadas” para crear plásticos biodegradables sin dejar rastro de microplásticos. La idea, aunque suene sorprendente, se ha convertido ya en una realidad tangible gracias al trabajo de la startup Benviro, cofundada por Noelia Márquez —una ingeniera industrial cuya hija resume con inocencia este proyecto como “entrenar bichos para que se coman la caca y hagan plástico bueno”.
Aunque inicialmente escéptica, Noelia confiesa que quedó fascinada cuando comprobó que la propuesta funcionaba de verdad. Junto a Patricia Aymà —una biotecnóloga reconocida como una de las 100 personas más creativas del negocio en Forbes España— ha desarrollado un proceso circular en su planta murciana que convierte residuos orgánicos, como la levadura usada en la producción cervecera, en bioplástico compostable sin microplásticos ni sustancias tóxicas.
Diariamente, Benviro opera seleccionando entre más de 260 especies bacterianas, identificando aquellas que aumentan su capacidad de transformar desechos orgánicos en PHA (un tipo de bioplástico). El resultado es notable: alcanzan una producción semanal de alrededor de cinco toneladas de material plástico que, dependiendo del grosor y del entorno, puede desaparecer en el agua en apenas 19 días—y sin dejar microplásticos.
La presencia invisible de microplásticos está por todos lados: en nuestros platos, en el aire que respiramos, incluso en el agua que ingerimos. Sin embargo, lo paradójico es que, aunque los bioplásticos como el que desarrolla Benviro representan una alternativa más saludable, su regulación fiscal no refleja esa ventaja. Mientras que un plástico reciclado —que también puede generar microplásticos— está exento de impuestos, ese bioplástico compostable y limpio paga lo mismo que uno derivado del petróleo.
La propuesta de Benviro no es solo técnicamente viable, sino también práctica: su bioplástico puede ser moldeado con las máquinas actuales de inyección, lo que permite su uso en envases, textiles o productos diversos sin necesidad de transformar infraestructuras industriales, al mismo tiempo que reduce el impacto ambiental.
El proceso de elección bacteriana es casi darwiniano: cada generación compite, y solo las cepas más eficientes en producir bioplástico en ese entorno sobreviven y se multiplican. La variedad de bacterias (267 especies) permite además adaptar el bioplástico resultante según el residuo utilizado y el uso final previsto.
Pese a los avances tecnológicos, el verdadero obstáculo hoy no es técnico ni científico, sino normativo y económico. La industria exige un cambio de relato que ponga en valor al bioplástico limpio frente al plástico tóxico derivado del petróleo. Además, el verdadero cambio político podría ser clave: si los gobiernos incentivaran el bioplástico libre de microplásticos y penalizaran el plástico convencional, la transición sería inevitable.
Finalmente, Benviro ya cuenta con capacidad para escalar: pasar de cinco toneladas semanales a más de 20,000 anuales. Como bromean sus fundadoras, si fueran bacterias, ya habrían evolucionado; mientras tanto, siguen entrenando microbios que limpian el planeta silenciosamente, y desean que en el futuro, escuchar “esto es de plástico” provoque esperanza en lugar de temor.
Deja un comentario Cancelar respuesta